antropologia en españa

La antropología en España ¿un túnel sin salida?

La antropología en España debe someterse a una profunda revisión si quiere pervivir como grado . La profesionalización de sus alumnos es la vía inevitable por la que el grado debe apostar, y esto requiere una profunda reflexión epistemológica sobre la naturaleza de la disciplina, su objeto de estudio y sus complejos históricos. En este artículo reflexionamos en torno a todo esto.


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Debido a su carácter enormemente escorado hacia la enseñanza universitaria, la antropología mama, se alimenta y casi desgarra la ubre de lo público. Es el dinero de todos lo que le permite su compromiso teórico y epistemológico, ya sea desde la seguridad de las sillas institucionales o desde el picoteo de proyectos financiados por tal o tal organismo. La disciplina se muestra expectante a los movimientos del gobierno, mendigando algunas pizcas de compasión ideológica que entienda que los estudios sobre género, migraciones o identidad están a la orden del día. A los que llevan a cabo estos estudios desde la Universidad se les llama académicos, a la sazón, auto-ornamentados como rigurosos. Los otros, los del picoteo, son los aplicados. Se les reconoce por llevar una vida precaria y por su actitud pasivo-agresiva hacia la institución. Entre los aplicados es legendario el discurso, ciertamente enraizado en la realidad empírica, del « proyecto-cajón ». La cantinela suele ser: « conseguí un proyecto, hice mi trabajo, no gustaron mis resultados, me pagaron y proyecto al cajón ».

Los cajones de la burocracia guardan lo mejorcito de la antropología española.

Somos yonkies de la administración pública. Las subvenciones, nuestras dignas papelinas. Y a falta de dosis, la incertidumbre se abre paso: ¿habrá suficientes plazas en el departamento ? ¿me aceptarán el proyecto ? ¿serán capaces de ver cuán importante es la mirada antropológica en tal o tal circunstancia ?
La realidad es que hasta día de hoy todo esto no resultaba muy complicado. La teta común era grande y jugosa y llena de leche, y pudo alimentar, más o menos saludablemente, a la generación de antropólogos post-transición. Y agazapados entre los muros de la Universidad, sometidos a sexenios y departamentos enfermizos, aparcelando sus pequeños límites epistemológicos y sus modalidades de especialidad, lograron primero un segundo ciclo, y finalmente un grado.

La creación de un grado en Antropología Social es todo un logro, y muchos de nosotros nos sentimos plenamente agradecidos. La disciplina enamora, y quizás es el motivo por el que puede permitirse tantos precarios. Ha sabido meter el codo para abrirse paso frente a otras especialidades mucho más asentadas, como la sociología o la psicología social. Ha hecho de la etnografía su autoidentificación, casi una sinonimia, y este ha sido un movimiento inteligente que, espero que durante muchos años, haga pervivir los diversos grados en Antropología Social. Pero eso dependerá de ellos mismos y de los agentes que los protagonizan. Según la encuesta sobre inserción laboral llevada a cabo por el INE (2014): “menos de uno de cada cuatro titulados en Antropología Social y Cultural consideran que su carrera les ha resultado útil para acceder al mercado laboral.”

¿Qué papel juega la universidad en la falta de demanda de antropólogos?

Considero que la enseñanza universitaria de la Antropología está escasamente enfocada a la profesionalización. En primer lugar, por su estructura. ¿Realmente debe la antropología subdividirse en pequeñas parcelas de conocimiento, como la Antropología del Parentesco o las “etnologías regionales? Y si la respuesta es “no hay más remedio”, ¿son esas las antropologías que deben potenciarse en el grado? ¿Por qué no incluir ámbitos con una fuerte emergencia laboral, como la investigación en redes, la antropología de los negocios o el design thinking?

El eterno debate sobre la legitimidad de la Antropología aplicada podría ser una de las respuestas. Pero esto es tan solo una verdad a medias. A pesar de que en España, Francia y gran parte de los países latinoaméricanos la antropología guarde el estigma de lo aplicado, en países como Estonia, Holanda, Dinamarca, Eslovaquia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá o Australia, el debate sobre la antropología aplicada no solo está superado, sino que la profesión de antropólogo comienza a asentarse y a ser demandada por numerosos agentes sociales.

Otro factor que dificulta enormemente la profesionalización es la escasa experiencia extra-académica de los docentes. En otras muchas ofertas formativas no resulta difícil encontrar docentes que, antes de ejercer como profesores, han ejercido sus aptitudes fuera del contexto universitario. Docentes de derecho constitucional que han ejercido la abogacía, profesores de medicina que han sido doctores, psicólogos infantiles, ingenieros técnicos, físicos y empresarios compartiendo con los grados sus experiencias más allá de la torre de marfil. Pero ¿qué pasa con la antropología?

Si observamos los curriculums de la mayoría de los profesores de Antropología Social en España, no nos resultará difícil percatarnos de que su ámbito de actividad se reduce principalmente a la Universidad. Esto es un problema estructural que tiene mucho que ver con la desconexión que existe entre academia y mundo laboral. Y a mi parecer, debe corregirse.   Si los profesores de Antropología de España no han trabajado nunca fuera de sus despachos, ¿qué consejos pueden darnos sobre las distintas oportunidades de nuestra disciplina fuera de la academia?

 

Soy de los que piensa que hay que dinamitar el plan de estudios de la Antropología Social en España. Reformarlo de cabo a rabo y exigir una mayor compenetración con el mercado laboral.  Si los departamentos no se pacifican, si los planes de estudio no se renuevan, si los profesores no se profesionalizanjamás habrá una verdadera sinergia entre antropología y mercado. Y si no hay mercado, ni tampoco hay plazas académicas, tan solo queda una cosa : la más oscura de las incertidumbres.

¡Empecemos por sacudirnos los complejos!

Creo que el camino de la profesionalización empieza por sacudirnos los complejos. Porque la antropología ha sido históricamente una disciplina llena de complejos. Nacida bajo el umbral de la colonización, incorporada en los diversos intentos de acallar la diferencia, subsidiaria de los programas de desarrollo, cantera de espías e ingenieros culturales, sacudida por la crisis de representación y el postmodernismo, refutada hasta su misma esencia, la antropología ha decidido posicionarse como la más « subalternas » de las disciplinas, aquella que está del lado del oprimido, del diferente, del que no tiene voz. Y en esto no habría el menor problema si no fuese porque es lo que lleva haciendo toda su historia. El extraño como objeto. Mejor o peor representado, con mayor o menor grado de colaboración, pero a fin de cuenta un compendio de historias dramáticas sintetizadas en un artículo para alguna revista. Existen meteóricas carreras académicas fundamentadas en la desgracia ajena. Y encima queda cool.

Dicho coolness es el principal obstáculo para la incorporación de la antropología en la empresa privada. Es un discurso sutil, repetitivo, vertebrado en torno a una serie de pequeños comentarios y códigos que entienden lo « privado » como malo y lo institucional como santurrón. Como he señalado anteriormente la antropología es una disciplina que subsiste en la telaraña del estado, y muchos de sus adalides actuales no dudaron en tildar otras tendencias como satánicas. Al complejo anti-privado se le suman otros cuantos : el complejo de positivismo que hace desdeñar todo análisis cuantitativo, el complejo anti-naturalista que escupe sobre toda interpretación biológica, el complejo de ciencia y sus infumables metodologías, el complejo reflexivo y su onanismo intelectual. Hoy más que nunca la antropología es discurso político, tanto que se olvida del trabajo de campo y deambula elucubrando las más bizarras de las demencias.

Imaginemos un escenario en el que nos hemos pegado una ducha fría, enjabonado y desinfectado de la complejitis de los últimos cuatro años. Sabemos hacer etnografía, poseemos un pensamiento holístico y también una moral (propia, no departamental). ¿Existen oportunidades? Por supuesto que sí.

 ¡El contexto está de nuestro lado!

Sin duda una de las salidas exponencialmente en alza para los antropólogos del mañana son los escenarios virtuales. Creo fervientemente que la revolución que está suponiendo el análisis en Big Data generará toda una serie de trabajos relacionados con el análisis cualitativo en Internet. Los metadatos no resultan suficientes para entender e interpretar ciertas realidades, y la observación participante a través de la netnografía resulta un poderosísimo instrumento para dotar de significado a esa infinitud de datos cuantitativos. La información vertida por los usuarios en Internet es una demanda real de empresas y organismos, que deben mirar al extranjero para encontrar profesionales cualificados en tales guisas. Lamentablemente los grados en España no parecen atender tal metodología, y por lo que sé, tampoco los masters. Invito encarecidamente a los futuros alumnos de Antropología Social a demandar formación netnográfica.

Otra de esas realidades más o menos observables es la emergencia de las start-up y ese es sin duda otro de los campos potenciales de la antropología. Entendemos por start-up una pequeña empresa que se desarrolla en internet y a la que se le auspicia un cierto crecimiento. Seguramente muchos pensarán que ese es más bien ámbito de los de ADE, pero mi experiencia con start-ups muestra más bien lo contrario. Existe una fiebre de start-ups y aplicaciones móviles que surgen día a día para casi todo, y el entendimiento del usuario es esencial para este tipo de emprendimiento. Hay que tener en cuenta que las start-up comienzan con un presupuesto tremendamente escueto, a veces nulo, y que conocer profundamente a tu target puede suponer la diferencia entre el éxito o el fracaso. Es por eso que las empresas buscan perfiles capaces de diseccionar la realidad social hasta sus mínimos detalles. Desean conocer a su consumidor y pagan por ello.

Existen más ejemplos. Ya sea en el mundo de la publicidad, en el ámbito del marketing, en la defensa, en los recursos humanos, en la business anthropology, en el ámbito de la salud, en los videojuegos, en la comunicología, en las finanzas, o incluso, por qué no, en la política, la antropología tiene un papel que cubrir y debemos estar dispuestos a disputarlo. Y también el desarrollo, el patrimonio, las ONGs y las migraciones, contextos donde nuestra presencia parece estar más asentada.

La antropología en España requiere una profunda reinvención si pretende sobrevivir como disciplina. Los departamentos de Antropología Social pueden ser agentes activos de este cambio, y sumar un logro más a la angosta situación de la antropología en España, pero el futuro lo marcan los alumnos.
Hay que avanzar hacia una antropología profesionalizadarica y diversa, libre de las asfixias departamentales y de los complejos históricos.
Tal es la visión de Antropología 2.0.

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