¿Cómo defender la Etnografía en una situación de emergencia social y política?
El pasado mes de agosto me embarqué en la experiencia de colaborar, durante quince días, en el desarrollo de una ludoteca para niños en el campamento de refugiados de Katsikas (noroeste de Grecia). En éste han llegado a convivir 900 personas de diferentes procedencias, etnias y religiones en una situación de exilio y shock continuo por el violento proceso que han tenido que vivir.
El campamento se estableció en una explanada (antiguo aeródromo de la I Guerra Mundial) lleno de piedras que se clavan a cada paso y donde se sitúan las centenares de tiendas de lona militares. A la entrada, un gran hangar de chapa en donde se guardan las provisiones para repartos inmediatos y donde los voluntarios se reúnen diariamente para preparar las acciones del día.
Así, a bote pronto, suena como algo propio de una antropóloga: voluntariado (cooperación) en un campamento de refugiados. Al fin y al cabo, se trata de un trabajo directo aplicado en un campo que necesita de unas herramientas concretas y, además, dentro de un actualidad (la crisis de los refugiados) que es necesaria analizar. Si lo vemos de manera objetiva, ¡es un trabajo ideal para un antropólogo! pero de nuevo, las dudas. Las de siempre, y las nuevas. Junto a un cúmulo de dilemas que se te acumula en algún rincón de la garganta:
¿Trabajo? ¿cuál? ¿pero esto no es voluntariado? ¿cómo puedo aportar desde mi disciplina? ¿y la dichosa etnografía? ¿es que no somos capaces de dejar la abstracción del trabajo de campo (apuntar notas) y apuntar (hacia) algo más concreto?
Resulta que, por supuesto, los valores propios de una persona curiosa se asoman por doquier en un contexto así: sientes la urgente necesidad de hablar con todas las personas que sufren su vida en un exilio aterrador. Quieres que te cuenten su historia de vida, por qué procesos ha tenido que pasar, cuánto han tardado en llegar hasta aquí, cuánto dinero se ha dejado por el camino, qué piensan de la feroz pero a veces prometedora UE, cómo se sienten, de dónde sacan las fuerzas… viene el silencio. Y es que resulta que, de repente, una se da cuenta de que es humana tratando con humanos y se olvida de todo: dejas que el vaso de té de Sulaf, mujer siria, tiemble bruscamente antes de contestar con un monosílabo a todas tus preguntas en la mirada. Dejas que Mahmoud llore, niegue con la cabeza y mire al cielo de su tienda marrón al preguntarse “¿cuándo acabará la guerra?” y “estoy más viejo desde que llegué a este lugar”. Dejas a Mahmed, iraquí kurdo de diecisiete años, anclarse en su colchón y sonreír de vez en cuando a tus bromas. Le dejas que proteste apenas con un atisbo de ánimo en su cara, le dejas que mencione “volver” con el anhelo de una Raíz perdida, y le dejas, dolorosamente, que añada “volver, para combatir” porque entiendes la cercanía humana que compartís, pero también entiendes la distancia de vuestras situaciones. Es ahí donde surgen todos los dilemas de los que hablaba: ¿cómo defender la etnografía en una situación de emergencia política y social?
En el momento, apenas recogí datos para poder plasmar alguna historia o relato breve, pero pronto todos esos papeles se quedaron arrugados al fondo de la mochila. No me atrevía ni a mirarlos.
Qué desolación! ¿entonces estoy diciendo que una antropóloga no tiene lugar en un sitio así? ¿no se nos necesita hoy día, cuando cada vez más parece que las situaciones sociales nos estén llamando a gritos (silenciosos)? Creo que es necesario ir por partes:
Por un lado, hay que tener en cuenta que uno debe establecer prioridades según el campo o la situación con la que vaya a encontrarse en el caso de un Antropología de la cooperación. Un campamento de refugiados en Grecia, hoy día, se trata de una situación de emergencia: hay cosas que se necesitan primero, y esto es un hecho. El campamento de Katsikas surgió en marzo y desde entonces, gracias especialmente a dos voluntarias españolas, María y Berta, y otras ONGs, ha podido salir adelante en aquello que es más inmediato: el establecimiento de una buena organización para que las personas que iban llegando pudieran aclimatarse al lugar de la manera más fácil posible con la consiguiente organización de tiendas, atención a la llegada, atención sanitaria primaria, organización de donaciones, etc. Meses después, todo este trabajo se ha visto reflejado en un campamento de refugiados que, aún con mucha escasez, va demandando necesidades más “secundarias” al tener las primarias cubiertas.
Es ahí donde entro yo con Pangea Solidaria, la ONG vallisoletana que ha permitido que una gran cantidad de personas de la geografía española contribuyera a mejorar la situación social de los niños en el campamento. Mi principal tarea era la de acompañar a los más pequeños en un programa de ludotecas en donde realizábamos diferentes juegos. Se trataba, al fin y al cabo, de un espacio en donde ellos pudieran sentir la pertenencia de su infancia, y donde yo tenía rol de animadora social. Pero, como digo, no era éste el único trabajo: toda ayuda que quisiera prestar el voluntario, era bienvenida. Ya fuera organización del almacén, atención en la tienda (lugar en donde se les hacía un reparto inmediato de las donaciones, y donde ellos podían escoger las prendas que prefiriesen), clases de idiomas en la escuela, reparto de comida de bebé y pañales, reparto de bolsas de basura por jaimas, etc. Es decir, que se trataba de una acción directa allá donde se necesitara.
Entonces… en un lugar así, que en un principio pudiera parecer tan propio del antropólogo, ¿dónde se puede situar éste?
Desde mi experiencia, la cual me ha costado digerir unos meses, entiendo que lo primero de todo es dejar a un lado los roles de las disciplinas y entender que es una situación de emergencia social y se va a colaborar en donde se necesite. Más adelante, y con el desarrollo de un trabajo satisfactorio en lo que uno se ha involucrado, siempre es interesante una mirada (en nuestro caso antropológica) para poder evaluar cómo han ido las cosas y aportar soluciones para mejorarlo. Es decir, como antropóloga, sería de lo más interesante ser capaz de hacer un análisis posterior, una devolución de todo lo observado para suplir ciertas cosas. En mi estancia allí, se realizaban varias reuniones de voluntarios en donde se ponían en común sensaciones, emociones descubiertas o bajo piel e incluso cuestiones y problemas entorno a las relaciones (especialmente con respecto a los refugiados). Hubo bastantes dilemas y confrontaciones de pensamientos en cómo se debería actuar en ciertas situaciones (en algún momento alguien dijo de no abrazar tanto, mientras otros decían que era necesario u otros argumentaban que quizá no por cuestiones de diferencias culturales). A mí en ese momento se me encendió la bombilla antropológica: ¡ahí hacemos falta! pero, ¿cómo ofrecernos? si pocos conocen nuestra disciplina y en qué trabaja ésta, nadie nos va a demandar para poder tratar todas estas cuestiones. Así que, para mi dolor más profundo, días después, un psicólogo de una ONG había redactado una serie de reglas básicas de comportamiento con respecto a las emociones, los regalos (reciprocidad), etc. Me estalló ese ego de disciplinas interno: ¿cómo era posible que se hubiera tenido en cuenta simplemente a alguien que estudia la mente humana para tratar temas de comportamiento y culturales? como antropólogos, imagino que estamos de acuerdo en que ese es un campo que nos compete y en donde podríamos aportar mucho. Eso sí, sin dejar de lado al psicólogo, al sociólogo, al trabajador social, al médico y otros muchos, junto con los que podríamos realizar un fructuoso proyecto en común, siempre aprendiendo los unos de los otros.
Supongo que se trata de un trabajo de hacerse conocer y seducir. Yo, por un lado, he comprobado que poco hace ser una persona individual que se presenta como antropóloga. Creo profundamente en la necesidad de cooperar para poder desarrollar proyectos y acciones conjuntas: siempre suena más varias voces unidas haciendo que una voz sola.