Etnografía en un contexto de actuación directa: microcréditos en Benín
Hace unos años tuve la oportunidad y la suerte de llevar a cabo un pequeño proyecto de cooperación en un pueblo cercano a Natitingou, situado en la región noroeste de Benín. El proyecto consistió principalmente en generar microcréditos que fueron donados a las mujeres de la comunidad y que debían ser devueltos al cabo de un año para, más tarde, volver a ser invertidos en otro ámbito.
Este proyecto se llevó a cabo bajo el marco de una pequeña ONG familiar llamada Wami Benin y contaba con varias particularidades. En primer lugar, de acuerdo a los principios y valores no lucrativos de lxs integrantes de la ONG, se decidió que los microcréditos donados a la población se devolvieran al cabo de un año sin ningún interés. Es decir, se habría de devolver la misma cantidad de dinero que se entregaba. Así pues, no existía tampoco ningún tipo de sanción económica para las personas beneficiarias del dinero: si no se devolvía la cantidad íntegra al cabo de un año, lo que se volvería a invertir en futuros proyectos también sería menor. Y, en segundo lugar, se eligió a mujeres y exclusivamente mujeres como las personas que se beneficiarían de estos microcréditos. ¿Por qué? Bien, esta es una de las incontables razones por las que se ha de abogar por una profesionalización de la antropología. Para ser capaz de dar respuesta a este tipo de preguntas.
Benín es uno de los países más pobres de África, entendida la pobreza como falta de recursos básicos e infraestructura. Se sitúa en el Golfo de Guinea y es fronterizo con Guinea al este, Togo al oeste y Burkina Faso y Níger al norte. Cuenta con entre ocho y diez millones de habitantes y la inexactitud de las cifras se debe principalmente a la dificultad para censar o contabilizar a la población de las zonas rurales. La principal actividad económica consiste en lo que se denomina «agricultura de subsistencia», es decir, se cultiva para subsistir y comerciar a muy pequeña escala. El país también cuenta con recursos naturales y minerales como petróleo, oro, mármol o piedra caliza pero la explotación total de estos está en manos de empresas extranjeras.
Contextualizado de esta manera el país y volviendo a la pregunta formulada más arriba, cabe destacar que es gracias a las herramientas y los conocimientos que proporciona la antropología y más concretamente la actividad etnográfica, como nos dimos cuenta de que, dentro de la agricultura de subsistencia que se estaba desarrollando en la zona elegida, eran las mujeres y exclusivamente las mujeres las que cargaban con la responsabilidad del éxito o fracaso de la cosecha. Asimismo, eran la pieza central de los grupos familiares, es decir, la figura en torno a la cual recaía la responsabilidad de sacar la familia adelante o no. Por ello, se decidió que fueran ellas las beneficiarias de los microcréditos, así como las responsables de su devolución. Esto fue así gracias a un trabajo de campo previo, si bien no muy extenso, donde nos dedicamos a observar el día a día del pueblo, las actividades que realizaban. La técnica de la observación participante nos hizo recalcar las pautas y las dinámicas más importantes del día a día de aquellas personas.
La actividad principal que se llevaba a cabo en dicha ubicación eran el cultivo y recolección de trigo por un lado y karité por otro. Así pues, el dinero donado sería destinado a la compra tanto de semillas de ambos productos como de los utensilios básicos para su recolección, de manera que no tuviera que pararse dicha actividad en la «temporada seca» y, al finalizar la cosecha, existiera un excedente tal que permitiera a las familias no solo una economía de subsistencia sino la comercialización y venta del excedente. Ingresos que, a su vez, permitirían la devolución del microcrédito y su posterior re inversión en, por ejemplo, una máquina de prensado de karité, con el objetivo de facilitar el proceso.
El verano siguiente, volvimos a Benín para dar el dinero en mano a todas las mujeres. Esta forma puede resultar un tanto rudimentaria pero nos encontramos ante varias dificultades. En primer lugar, quizá lo más lógico o adecuado en estas situaciones es llevar a cabo un partenariado in situ. Es decir, contactar con alguna organización local y gestionar la donación de dinero a través de ellos, como un canal más fiable. Sin embargo esto no siempre sale bien, no siempre es más fiable per se y en nuestro caso en concreto no existía ninguna entidad en la zona con la que pudiésemos llevarlo a cabo.
El segundo problema que se planteó in situ fue el siguiente: el proyecto estaba planificado de la manera como se ha explicado anteriormente, esa era la idea original. Pero, ¿cómo tener la certeza de que todas las mujeres que recibían los microcréditos eran las personas que, de facto, debían recibirlos? ¿Cómo saber si todas ellas disponían de terreno para cultivar y no eran, por ejemplo, demasiado mayores para trabajar? Con total seguridad una etnografía y estudio más exhaustivo del contexto en este caso nos hubiera ayudado a contestar dichas preguntas. Sin embargo, por falta de tiempo y medios en nuestro caso se decidió confiar estas cuestiones a las propias beneficiarias. Es decir, se les pidió un mínimo nivel de auto organización y que designasen cuatro responsables de entre ellas. Así, la comunicación con el grupo resultó ser más efectiva.
Aquí comienza la parte menos bonita del proyecto y el final del mismo. Tras ser entregado el dinero, documentado por vídeo y fotos todo el proceso y llevado a cabo un registro de todas las mujeres que habían sido beneficiarias, tras algunos días de reuniones y descanso, volvimos a España. Como no podíamos hacer un seguimiento exhaustivo del proyecto a distancia dejamos a una persona encargada de dicho seguimiento. Esta persona había sido quien nos introdujo en el pueblo, quien nos introdujo a sus representantes, gracias a quien pudimos comenzar a planificar el proyecto y gracias a quien todo esto se puso en marcha. Esta persona, asimismo, sería la encargada de, al cabo de seis meses, ir al pueblo y recoger el treinta por ciento de los microcréditos que habían sido entregados (tal y como quedaba estipulado); a los nueve meses la suma ascendía al cincuenta por ciento y al cabo de un año, seríamos nosotros los que recogeríamos el total.
Pues bien, ahorrándonos los detalles, el proyecto finalizó sin la recuperación de parte del dinero y con un conflicto interno entre varias personas del pueblo, entre otras, la persona encargada del seguimiento del proyecto y el responsable político del pueblo. El primero se quedó para sí mismo parte del dinero que las mujeres habían devuelto, informándonos a nosotros de que no lo habían devuelto. El resto del dinero lo recuperó el representante político y nos fue entregado mucho tiempo después cuando, finalmente, conseguimos reunirnos de nuevo allí, ya fuera del plazo acordado.
Cuando la implicación personal en un proyecto de cooperación es tan grande, la desilusión por el fracaso del proyecto es aún mayor. Es considerado un fracaso personal y es inevitable pensar en todo el esfuerzo y las horas de trabajo dedicadas, así como en la cantidad de personas implicadas que merecen una explicación de lo sucedido, tanto el grupo de mujeres en Benín, como la gente que había colaborado en España. Y es inevitable también, un largo proceso de reflexión y auto crítica:
Los motivos por los que, desde mi punto de vista, el proyecto fracasó (en parte) son varios. En primer lugar, una falta de conocimiento más profundo del contexto. Por falta de tiempo y de recursos, nosotros no pudimos llevar a cabo un trabajo de campo lo suficientemente extenso y extensivo que, quizá, hubiera permitido averiguar si realmente el proyecto podría haber sido efectivo. Y en segundo lugar, sin duda, la falta de intermediarios de confianza y de seguimiento in situ del proyecto, una vez más, por falta de tiempo y recursos. La comunicación con el grupo local ha de ser constante y continuada en el tiempo, a efectos de percibir cualquier cambio en las dinámicas del grupo que puedan hacer cambiar, a su vez, el desarrollo del proyecto.
Estas premisas que tan presente nos hace tener en la cabeza la antropología, en ocasiones como esta, se diluyen en los problemas antes mencionados. Sin embargo, está bien que no se olviden a la hora de realizar una autocrítica al trabajo. En este caso particular, un trabajo de campo más exhaustivo nos hubiera ayudado a identificar posibles conflictos; este no solo hubiera tenido que ver con la observación de la población local, si no que nos hubiera ayudado a identificar mejor las relaciones de poder existentes entre unos miembros y otros y, por lo tanto, a elegir quizá mejor a nuestros intermediarios.