business anthropologist

Orgulloso de ser un «antropólogo de la empresa»

¿Por qué los antropólogos de la empresa no se presentan como tal?

Aunque la situación está cambiando a pasos acelerados, es importante que las nuevas generaciones de antropólogos y antropólogas sean conscientes de este debate. En este artículo compartimos algunas claves y nuestra opinión sobre este asunto. También os dejamos un vídeo explicativo por parte del autor.


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Hace ya más de 7 años que la antropología se ha convertido en el tema central de mi vida. Mi trabajo de fin de grado trató sobre las salidas profesionales de la antropología. Poco antes de terminar mis estudios emprendí, aunque en dichos momentos ni siquiera lo sabía, un proyecto destinado a visibilizar las salidas laborales de la antropología, impulsar la profesionalización y revindicar el papel teórico y metodológico que la antropología de la empresa en el futuro de la disciplina. Poco después, aquel proyecto se transformó en una agencia de investigación especializada en antropología llamada… Antropología 2.0. Os aseguro que muchos días siento que la antropología me sale por las orejas.

Durante estos años he conocido a multitud de personas con formación universitaria en antropología que se dedican a la consultoría o a la investigación para empresas. Y es que, al contrario del vox populi erróneamente aceptado por el gremio, hay muchas personas trabajando como antropólogos fuera de la academia. Gente muy profesional, respetada, bien pagada, querida por sus clientes y que, al igual que muchos de mis colegas académicos, comparten la idea de que su trabajo contribuye a crear un mundo mejor.

Algo tan simple como el párrafo anterior me llevó casi dos años de investigación empírica que bien podríamos calificar de etnográfica. Recuerdo que, al principio, en aquel tierno 2016, resultaba frustrante no encontrar a perfiles de personas que ejerciesen la antropología en la empresa. Una y otra vez acudía a San Google, y a Linkedin: “antropólogo de la empresa”, “antropólogo corporativo”, “Business Anthropologist”, “corporate anthropologist”, “ofertas de empleo para antropólogos”, “antropólogo de negocios” …  El resultado siempre era el mismo:

  1. Artículos críticos con la antropología de la empresa que afirmaban que esta se “prostituía” ante el capitalismo.
  2. Algunos artículos que hablaban sobre antropólogos que trabajaban en empresas por entonces inaccesibles ligadas a la cultura Sillicon Valley: Intel, Microsoft, Google, Amazon…

Recuerdo una fuerte sensación de frustración en aquellos primeros momentos. ¿Cómo es posible que no existan más antropólogos trabajando para empresas? ¿Es que acaso no se han dado cuenta del valiosísimo producto que tienen entre manos? ¿Se esconden o no existen? ¿Qué hacen? ¿De qué viven? ¿Cómo tarifican? ¿Con qué dificultades se encuentran? Y más importante aún… ¿por qué no los encuentro?

Mi respuesta, o al menos humilde hipótesis, es la siguiente: a los antropólogos de la empresa no les gusta llamarse antropólogos.

Quizás me he precipitado. No es que no les guste. Es que creen que no pueden llamarse antropólogos. Y os aseguro que no es debido al “complejo capitalista” que tantas veces se nos intenta achacar a los antropólogos corporativos. En general llevamos esa tara con una cierta resignación y con el tiempo la única consecuencia, fatal desde mi punto de vista, es un progresivo alejamiento de la antropología más institucionalizada.

La razón principal es que los antropólogos creen que la antropología no vende. Cuando buscas empleo o eres un freelance pronto descubres que tu título académico importa poco. Lo que realmente busca el mercado son unas capacidades, unas skills como gusta de llamar al mundo anglosajón. Saber hacer etnografía es una skill. Saber extraer datos Thick Data a través de entrevistas es una skill. Incluso el extrañamiento es una skill. Lo que no es una skill es la antropología. La antropología es una disciplina, preciosa por cierto, que cuenta con siglos de tradición, una amplia teoría, un fértil debate intelectual y unas metodologías que son puestas en duda constantemente con el fin de hacerlas más y más rigurosas. Quién descubre la antropología queda profundamente enamorado. ¿Cuántos de vosotros no tenéis un conocido o conocida que os haya dicho recientemente que su sueño siempre ha sido estudiar antropología (pero que no lo hace porque no tiene salidas)?

La antropología lleva implícita multitud de skills que, ¡sorpresa!, son muchas de las más demandadas por el mercado: adaptación, innovación, creatividad, colaboración, inteligencia emocional, gestión de la diferencia…Y sin embargo, la antropología no ha sabido venderse como disciplina. En este blog hemos hablado mucho de las causas por las que la antropología permanece desconocida, por ejemplo, aquí y aquí, y no ahondaré en ellas. Te invito a explorar nuestro posicionamiento sobre el tema.

Pero sí diré que nuestra principal técnica y metodología, la etnografía, nos ha sobrepasado con creces. Tradicionalmente, lo cool en el mundo corporativo ha sido ser un ethnographer (no funciona igual en castellano). Por ello, no es de extrañar que la asociación que más antropólogos corporativos alberga en su seno sea EPIC:  “Ethnographic Praxis in Industry Conference”. EPIC defiende (además de una manera excelente) el valor de la etnografía en las empresas, pero no de la antropología.

La hegemonía de la etnografía sobre la antropología tiene un efecto inmediato en el mercado laboral. Las empresas no buscan antropólogos sino etnógrafos. Y como manda el algoritmo, los antropólogos encuentran más inteligente (¡y con razón!) definirse como etnógrafos. O, siguiendo a Autumn D. McDonald en un artículo cuya lectura recomiendo, como “user experiece researchers”, “design researchers”, “shopper insights researchers” “research consultants”, “strategists” … y la lista sigue. Es la pescadilla que se come la cola.

 ¿Por qué deberíamos comenzar a autodenominarnos como antropólogos de la empresa?

Que conste que no tengo nada en contra de ninguna de las acepciones antes señaladas, incluida la de “ethnographer”. Detrás de estos vocablos anglosajones hay personas que realizan investigaciones, etnográficas o no, de gran calidad y rigor. Pero también corremos el peligro de que etnografía se banalice y termine siendo un juguete en manos de perfiles que la presenten como “5 entrevistas de campo”. Cualquier persona mínimamente informada quedaría horrorizada ante tal definición, pero os aseguro que el ejemplo es real y, lamentablemente, habitual.

Soy de los que piensa que la etnografía pierde muchísimo sin la antropología. Nuestra disciplina ha dotado a esta técnica de un contenido teórico y práctico que permite entender de una manera infinitamente más profunda los fenómenos que analizamos. Me resulta difícil imaginar a alguien haciendo una etnografía sin entender lo más mínimo sobre el funcionalismo, sobre el simbolismo de Turner, sobre las oposiciones binarias de Strauss, sobre el materialismo de Harris, sin emic, sin etic, sin reflexividad, sin todas aquellas cosas tan nuestras, tan de la antropología. Hacer etnografía es más, mucho más que estar en sitio haciendo entrevistas y tomando notas de campo.

Además, pienso que las denominaciones no-antropológicas, a pesar de ser tremendamente golosas (yo he caído varias veces en sus mieles), hacen un flaco favor a la comunicación y al desarrollo profesional de nuestra disciplina. Sencillamente porque continuaremos perpetuando el desconocimiento de la misma, que recordemos, es mucho más que la práctica etnográfica. Es cierto que la antropología es aún muy desconocida por el público en general, pero también es cierto que la nueva generación de antropólogos y antropólogas puede poner fin a esto si de verdad se lo propone.

Además, la antropología no es una disciplina “trillada” en el mercado laboral. Su aislamiento en los conventos de clausura de la torre de marfil ha conservado un cierto halo prístino que las empresas innovadoras comienzan a mirar con curiosidad. Hoy ser “antropólogo” no es lo mismo que hace 5 años. Son muchas las empresas y organizaciones que ven con buenos ojos la incorporación de consultores-antropólogos o antropólogos internos. Y no me refiero exclusivamente a grandes referentes como IBM, Nissan, Microsoft o Intel, sino a compañías medianas o grandes que son referente en innovación en sus mercados globales.

En definitiva, el terreno de la antropología es fértil y está lleno de oportunidades. Es la ocasión de revindicar no sólo el valor de la etnografía, sino esa mirada antropológica que nos hace tan sensibles a la realidad y preparados para captar todo tipo de insights estratégicos.

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