El Smartphone: ¿la heroína del S.XXI?

En la actualidad, con la explosión del uso de los Smartphone, la “demonización” de su empleo y la generalización de situaciones minoritarias (personas que realmente sufren síndrome de abstinencia cuando no pueden usar este dispositivo), han puesto en marcha un proceso análogo al sufrido por la heroína en España comentado en Romaní (1999). Constantes son las referencias en distintos medios de comunicación al recién creado concepto de “nomofobia[1]”, siendo este un término generado desde “políticas preventivas” creado desde el miedo, entrando en conflicto con otras neoliberales que incentivan el uso de este tipo de tecnologías, todo ello camuflado bajo la intención de preservar una salud, pautada por los propios gobiernos. El papel tanto de la Antropología como el de otras ciencias, expulsadas del tratamiento de este tipo de sucesos, ha de ser no sólo el de “convidados de piedra”, sino activo y de pleno derecho.

Hace mucho tiempo…

La gran mayoría de los españoles mantenemos aún como referente sobre una persona adicta, la imagen del consumidor de heroína de la década de los ’70 del siglo anterior. Tanto Pallares (1996), como Romaní (1999), definen este período como aquel en el que se produce un proceso de “demonización”, no sólo del consumo de estas sustancias, sino de las personas que lo hace, generando un estereotipo cargado de negatividad como es el “yonki”, del cual todos quieren distanciarse.

La creación de un “problema de las drogas” obedece más bien a proceso de control social sobre ciertos usos “desordenados”, “no controlados” y “poco eficaces” socialmente hablando, que a una intencionalidad únicamente basada en preservar la “salud”. Esto genera una imagen negativa del uso de ciertas drogas, sustentada en discursos y modelos hegemónicos sobre la “defensa” de la salud y los peligros inherentes a la utilización de determinadas sustancias, construidos culturalmente con una intencionalidad más compleja que la de preservar aquello que culturalmente es definido como saludable, discursos y modelos que serán reflejados en las políticas y dispositivos que actúan sobre el cuerpo y las subjetividades de los sujetos que constituyen su diana, formando parte de estos dispositivos expertos los medios de comunicación.

Esta concepción foucaultiana del poder y su ejercicio, sirve no sólo para entender los modelos explicativos y de intervención en las adicciones, imaginarios sociales (el problema de la droga con todas sus transformaciones) y prácticas basadas en lo teórico/experiencial (tecnologías de intervención), con la intención de controlar ciertas conductas de la población y mantener el modo de producción capitalista, sino que además explica cómo en la actualidad, todas las posibilidades que existen en la relación que mantenemos con nuestros dispositivo móvil, empiezan a sufrir un proceso similar al explicado por los autores anteriores.

Cuál ha sido nuestra sorpresa al comenzar a observar, de manera reiterada, que algunas de las principales cadenas generalistas de televisión de España, así como radios y periódicos, han empezado a llenar sus contenidos con programas, artículos y opiniones sobre la adicción al teléfono móvil.
Estas fuentes de información utilizan sin ningún tipo de rubor expresiones semejantes:

“La adicción al teléfono móvil es, para muchos, la enfermedad del siglo XXI”.

“Por primera vez, se empieza hablar de que las nuevas tecnologías han  pasado a formar parte de las denominadas adicciones psicológicas o adicciones sin drogas”.

A modo de reflexión, conviene precisar que mientras que muchos padres compran un teléfono móvil a sus hijos para poder tenerles localizados y saber dónde están, en realidad, conviene retrasar la edad en la que el joven tenga su primer teléfono lo máximo posible”.

Las expresiones anteriores son los tres primeros resultados al realizar una búsqueda con la frase “adicción al teléfono móvil”[1], en el buscador de internet más usado en la actualidad, siendo fiel reflejo del imaginario que se está comenzando a generar alrededor del uso de este tipo de dispositivos.

¿Qué sucede realmente?

La reflexión parece obvia pero, ¿por qué “culpabiliza” al dispositivo y a la tecnología, cuando realmente es una problemática respecto al mal uso de ambos? ¿Qué responsabilidad tiene el fabricante o proveedor de internet, cuando somos nosotros aquellos que hacemos un mal uso de sus productos?

Como estoy defendiendo a lo largo de este texto, este proceso ya lo hemos vivido hace relativamente pocos años, lo cual hace que se pueda anticipar el fracaso de este tipo de políticas.

Como dice Romaní (1999), las adicciones sólo pueden ser explicadas a través del concepto “hecho social total”, siendo entendidas como un fenómeno concreto de las sociedades contemporáneas. La adicción a las nuevas tecnologías y por ende al teléfono móvil ha de ser “atendida” de igual manera, buscando no volver a cometer errores pasados que nos han llevado a la situación actual respecto a las adicciones “tradicionales”.

Siguiendo con el ejemplo de la heroína en España, las políticas centraron toda la responsabilidad en la sustancia y su consumidor, generando un estereotipo negativizado de ambas, bajo la intencionalidad de que el “miedo” producido hiciese que las personas no la consumieran. Nada más lejos de la realidad. Cada año los números arrojados por la Fundación de Ayuda contra la Drogradicción y el Plan Nacional sobre Drogas, muestran una realidad en la que cada vez se consumen más sustancias, a edad más temprana y en mayor cantidad de contextos, mostrando cómo los millones de euros invertidos en la prevención basada en el miedo, no funcionan.

Con el tema del uso de los dispositivos móviles, empiezo a intuir que el proceso va a ser similar. Poner el foco de atención en las “maldades” de los dispositivos, oculta la verdadera realidad. En la actualidad vivimos en una situación de “efervescencia tecnológica actual”, la cual produce cambios tan rápidos que ni si quiera nuestra capacidad de adaptación cultural, puede asimilarlos.

Seamos sinceros… Obviamente el problema no es del dispositivo, sino del uso que nosotros le damos y, por ende, la falta de información/formación sobre “pautas de uso responsable”, una vieja quimera que muchos autores han defendido respecto al viejo debate de la legalización de las drogas.

Es más sencillo generar un imaginario basado en el miedo, que políticas en el buen uso. El ser humano tiene tan poca memoria, que no es capaz de ver que si antaño no funcionó en un proceso similar vinculado a ciertas sustancias, es difícil que lo haga ahora respecto a las tecnologías.

Mis palabras no nacen desde un posicionamiento negacionista respecto a los problemas generados por el uso indiscriminado de los dispositivos móviles, los cuales obviamente sí que existen. Numerosos estudios muestran cómo ciertos usos y conductas asociadas a las drogas pueden provocar en el cuerpo humano situaciones similares a las sufridas por un adicto a la heroína a través de “núcleo accumbens” y los llamados “opiáceos endógenos”. Lo más relevante de nuestro posicionamiento radica en la palabra “puede”. Las tesis basadas en la “escalada de la adicción”[1], son irreales. Al igual que una persona que fuma cannabis no tiene que terminar generando dependencia a esta sustancia, el uso del móvil y de ciertas apps no tiene por qué finalizar en adicción.

La Antropología, ha de tener un papel activo en este proceso. Si únicamente lo reducimos a etnografías y experiencias académicas, estaremos interviniendo en una realidad compleja de forma sesgada.

El tratamiento de las adicciones debemos situarlo dentro del ámbito de la “biopolítica[2]” el concebirlas como Foucault (2008), desde el “gobierno y gestión de la salud de la población”, enmarcado en, y ampliando el sentido de, el proceso de medicalización de los problemas sociales. Sin olvidar intervenciones basadas en lo individual desde lo “anatomopolítico[3]”, buscando docilizar los “cuerpos”. Ambas, como tecnologías de poder, responden y son utilizadas con una intencionalidad concreta, la cual se plasma en la defensa de la “salud”, con unas prácticas y unas intenciones vinculadas directamente con el neoliberalismo.

Las adicciones, al ser una problemática social compleja, no sólo pueden ser analizadas/intervenidas desde sus causas, consecuencias, componentes e implicaciones. La multiplicidad de elementos comprendidos en ellas, remite a una complejidad conceptual susceptible de tomarse en cuenta para un correcto análisis de esta realidad.

Los modelos de intervención en adicciones aportan una visión del proceso, de cómo, sobre quién, desde dónde y cuándo actuar. Articulan las participaciones/intervenciones, técnicas y evaluaciones del fenómeno que quieren explicar, pero son a la vez derivados también de los mismos.

Domingo Comas describió a los modelos como:

quienes dicen cuáles son los profesionales idóneos para actuar y por tanto los que deben tomar decisiones, cuál es la administración pública que debe gestionar los planes y programas, cuál es el perfil de las nuevas contrataciones y con qué lenguaje se va a devolver a la sociedad la información sobre lo que está ocurriendo y la respuesta que se está proporcionando” (Comas, 2010).

Estos modelos generan discursos hegemónicos sobre un conjunto de definiciones elaboradas para referirse a las drogas, delimitando los problemas relacionados con ellas, aquello que es conceptualizado como tal y la manera de abandonar la posición de consumidor. De ahí la necesidad previa de atender a estos Modelos Teóricos sobre las adicciones.

¿Y si esta vez no tropezamos con la misma piedra?

La complejidad de un fenómeno como las adicciones, hace que una disciplina como la Antropología trate de solucionar gran parte de los errores que los demás Modelos/disciplinas han cometido. Su carácter holístico/reflexivo, así como sus herramientas para analizar realidades tan diversas, la convierten en un parte fundamental para no volver a cometer los errores de antaño.

Pallarés (1996), dice que la antropología “tiene las herramientas, recursos y teorías suficientes para cuestionar los modelos médico/jurídicos que han dominado la explicación teórica sobre las drogas”. Esto puede ser conseguido a través de la propuesta de un marco comparativo entre nuestra sociedad y otras, que permita modificar la perspectiva con la que las analizamos. Además, propone incorporar al estudio el contexto sociocultural de forma efectiva, buscando enfocar mejor el fenómeno. Y proporcionar una perspectiva interdisciplinar real, sin que esto suponga la desaparición de los modelos tradicionales ya que la realidad nos muestra una coexistencia de diferentes posicionamientos explicativos sobre las drogas, acoplándose unos a otros según el contexto.

Si durante un proceso tan cercano como la demonización de las drogas ocurrido durante la década de los ´70, las políticas y tratamientos centrados en lo jurídico/sanitario no supusieron un descenso del consumo, en época de aparición de nuevas adicciones debemos darle cabida a más disciplinas y modos de trabajo, para no caer en el mismo error.

La antropología no sólo puede ofrecer nuevos presupuestos teóricos, marcos comparativos y nuevas perspectivas, sino profesionales inéditos preparados para intervenir en un campo tan complejo, los cuales han de ser sacados de la universidad y puestos a trabajar en la calle, ya que su formación les capacita para ello

Las explicaciones simplistas y las políticas del miedo, lejos de generar usos responsables del smartphone y de las nuevas tecnologías, van a marginar al dispositivo y a sus usuarios. Identificando este proceso como análogo al que nos hemos referido respecto a otras adicciones varias veces ya en este texto, entendemos que el error fue el determinismo disciplinario.

Todavía estamos a tiempo de dar voz a otras disciplinas. Más todavía cuando tenemos una específica que analiza, propone e interviene en fenómenos complejos deslocalizándose de las posturas dominantes y pudiendo tomar distancia cultural respecto al fenómeno analizado: la antropología.

Esperamos y deseamos ver en un futuro no muy lejano, cómo la figura del antropólogo se convierte en algo tan “común” como lo es la del psicólogo en ámbitos en los cuales hace años nos resultaba extraña encontrar. Sólo de esta manera podremos evitar que procesos y situaciones como las que hemos relatado en este texto, vuelvan a suceder.

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[1] La nomofobia es la manera de referirse a la adicción al uso del teléfono móvil, aunque en sus inicios el término se refería al miedo incontrolable a salir de casa sin él. El término es una abreviatura de la expresión inglesa «no-mobile-phone phobia» y fue creado para un estudio británico para estimar la ansiedad que sufren los usuarios de estos dispositivos.

[2] Planteamientos teóricos según los cuales existen ciertas sustancias y conductas iniciadoras para llegar a otras con mayor peligro.

[3] Concepto que se refiere a la relación entre la relación entre la política y la vida.

[4] Sistemas para disciplinar a los individuos.

 

En caso de querer profundizar en el tema:

Comas, D. (2010). La comunidad terapéutica: una perspectiva metodológica”. En Comas, D. (2010). “La metodología de la Comunidad Terapeútica” pp (13-42). Madrid. Fundación Atenea Grupo Gid.

Foucault, M. (2008). “Tecnologías del yo y otros textos afines”. Buenos Aires. Paidós.

Pallarés, J. (1996). “El placer del escorpión. Antropología de las heroína y los yonquis”. Lérida. Edita: Milenio.

Romaní, O (1999). “Las Drogas. Sueños y razones”. Barcelona. Editorial Ariel.

 

 

 

 

 

 

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